jueves, 15 de octubre de 2009

-Llegó el otoño-


-Llegó el otoño-

Llegó el otoño. ¡Habrá que guardar en el armario
las camisas de verano!
Otras, más ásperas, de tartán, nos esperan.
Con ellas pasaremos junto a otros hombres helados
y a la labor diaria
nos preguntaremos con los ojos
por qué no salió hoy el sol de nuestras vidas,
y así, sin tiempo, ni dioses,
de la compra al sofá y del sofá
a la cama a oír nevar
sobre los campos muertos
donde la vida prepara nuevas forjas.
Vendrá Invierno, y algunos, los más viejos,
se irán en la mañana azul con el relente,
sin bufanda, antes del capón,
el cordero y el muérdago.
Somos el hielo que respiramos.
Mas no nos apena ver marchar
los trapos de las camisas que llevamos
al besar la playa o ser camino junto al polvo
de la noche, en la terraza que daba al puerto
donde una luz brillaba en el mirador,
lejos, con un polo en la mano
y, ¡oh, torpeza!, la prenda manchada
de leche, vainilla y sebo.
Otra vereda vendrá
y, antes de que nos demos cuenta,
la sombra del patio se irá acortando
con cautelosos pasos de gato,
y habrá sombra de niños nuevos
en los viejos columpios,
y abriremos el armario,
y allí estarán, bajo un lienzo,
estas camisas de verano que despedimos
ahora y que ya llaman a los cuerpos
desnudos contra los que agitarán
su paño, a las manos ansiosas
que abrirán sus goznes, a las bocas
salaces que ceñirán los colores de fuego
y cielo lisos de sus mangas.
Venga, toma, y guarda, y cierra,
que ya tengo ansias de toda esa belleza
que veré vistiéndolas.

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