martes, 20 de octubre de 2009

Diario de un periodista en paro. 20-X-2009

Tengo una pesadilla periodística. Sueño que tengo que escribir una apertura de 140 líneas y no tengo nada. Me despierto sin gritar (eso sólo pasa en las películas) y al momento toda la realidad vuelve a mi frente: soy un periodista en paro y tengo que ir al INEM. Mi primer encuentro con la temida e inútil oficina del paro. Me preparo y tomo el metro en dirección al bilbaíno barrio de Santutxu armado con la última novela de Richard Russo y mis papeles de la empresa metidos en un sobre de papel sepia.
Una oficina del INEM es siempre un sitio opaco que parece sacado de un encuentro etílico entre Larra y Orwell, con el mismo gusto estético que un arquitecto estalinista. Ahí no hay espacio para la imaginación. Sólo para sentarse y esperar. El primer problema viene derivado de la mucha o poca experiencia que el periodista en paro tenga con la institución. El INEM lleva décadas siendo el equivalente laboral al potro de tortura inquisitivo, y han afilado sus instrumentos. Para empezar, no hay que guardar cola, como se ve a menudo en el Telediario, sino entrar y enfrentarse a una compleja máquina cibernética que reparte números de turno en función de las necesidades. Si se demanda empleo pulse la A; si ofrece empleo pulse la B; si es para gestionar un curso, la C; si es para recibir asesoramiento laboral, la D; si para prestaciones, la E; y así. No hay ninguna tecla para periodistas en paro, así que pulso la E y me siento con mi novela en la segunda fila observando los carteles y los folletos que te animan a estar entero y no tomar las armas.
Al poco oigo a un guardia de seguridad, ya canoso, aconsejando a unas personas que la E es sólo para los que ya cobran del paro, y como no es el caso me revuelvo inquieto. La lotería numérica va cayendo y no quiero meter la pata y esperar más. Como es conditio sine qua non de todo periodista (ya esté en paro o patrocine un equipo de fútbol griego) ser curioso y hacer preguntas, me dirijo al guardia que me explica con paciencia de estoico que primero me tengo que sacar el carné del paro y luego gestionar mi prestación por desempleo. “¡Eureka!”, me digo. Me da otro número y vuelvo a mi sitio más tranquilo, pero sin poder concentrarme en la novela de Russo.
El INEM fue creado por ludópatas en paro. Esta es la verdad. Estar en él tiene algo de casino, de gran bingo de la vida. Uno acude allí, hace sus apuestas en los formularios y, si hay suerte, ¡premio!, se lleva un mes en una empresa de telefonía móvil o tres meses de vendedor en Ikea. Mientras tanto hay prestaciones como consolación para los más desesperados y, para los ruletenburgueses insaciables, todos los días la primitiva del curso. Mientras tanto echas tus números allí y los vas descontando del cartón: avanza la C, cuidado que los de la D no se presentan y van de cuatro en cuatro, etcétera… Se parece a esa tómbola que ponen en muchas ferias donde tienes que hacer que tu camello gane una carrera lanzando bolas por los agujeros.
Al final ha salido mi número y cuando me he sentado frente al funcionario (le contaba a su compañera que se iba este fin de semana a Las Landas), al mirar mis papeles me ha echado un vistazo de conmiseración y me ha explicado que tengo que volver a hacerlo todo en mi oficina más cercana, no en la que fui dado de alta por ‘El Correo’. Caracoles. Caigo en la cuenta: nunca trabajé en la sección de Economía. Lección importante: un periodista sin información de primera mano está siempre perdido. No lo olvidéis.

No hay comentarios: